Como siempre digo, me digo a mí mismo esencialmente, este es un diario tecnológico, pero un diario al fin y al cabo, y consecuentemente un diálogo personal, un monólogo con mi propia esencia. No hay nada más. No vendo nada, no proclamo nada, no intento convencer, no busco nada más que entrar en contacto hablado y escrito con el silencio del corazón, del mío, y por ende, a través de la comunicación no formal, aquella que va más allá de lo tangible, con el corazón de quienes hablan también el lenguaje del tiempo en espera.
He de reconocer mis limitaciones, mis sufrimientos personales, mis trampillas ( he sobornado a algún compañero para que visite mi página), pero ha sido momentáneo, una visita esporádica, que las visitas al corazón son siempre íntimamente personales, no llevan guía, son por voluntad propia, son el síntoma y la esencia de la auténtica libertad.
No busco nada, solo seguir mi camino, aquél que me dicta el maestro interior, aquel que grita desde el alma susurros. Siempre habla, siempre toca en la puerta del alma, y siempre somos nosotros, atendiendo a nuestra propia inquietud, a nuestro desarrollo y evolución personal, quiénes decidimos escuchar ó abrir el espíritu de par en par.
Pero no vivo ausente, soy un ente material, que se toma su tiempo, para hacer un intento de trascender de esa condición temporal, aunque solo sean pequeños momentos, pequeños esbozos del auténtico despertar. No soy sino un discípulo, un humilde discípulo.
Pero no vivo ausente, soy viajero tangible de lo material y desde esa condición valoro también mi vida y la que me rodea, ciertamente con una nueva perspectiva, con unos ojos de mirada más profunda.
Y desde ese punto, desde esa condición, me siento íntimamente reconfortado ( que este es un camino difícil, e ingrato, aunque compensa), apoyado por acciones ó gestos que me sirven de referencia, que me sirven de guía, que me confirman y confortan en mis creencias y convicciones. Uno de estos gestos son las imágenes que he visto en diferentes medios de comunicación sobre lo terrible de lo acaecido en Japón.
Terribles imágenes, duras y espectaculares, – que adjetivos superlativos faltan para intentar dar una imagen cierta de lo ocurrido-, pero no me quedo ahí, en lo escueto de la noticia, sino en lo subyacente más allá del espectáculo, más allá del desastre. Y ese aspecto de la noticia, esas imágenes, son las que me reconfortan y convencen en mis creencias.
Imágenes de gentes que en plena efervescencia del dolor y del sufrimiento, manifiesta un recogimiento absoluto, personas que en medio de la tragedia personal y social, denotan y demuestran un profundo y exquisito comportamiento.
Gentes que me dicen que sobran los aspavientos, que sobran los gritos y manifestaciones exteriores de dolor. Gentes que, una a una, conforman un pueblo de seres humanos en el verdadero sentido de la palabra.
No hay otro lenguaje que el del corazón, no hay dolor auténtico que no pase y resida en el mismo, de nada sirven, nada demuestra -sino todo lo contrario- el alboroto de la alegría ó de la pena, porque no se mercantea con los sentimientos, no se hacen asequibles en su esencia con el lenguaje de los gestos.
Y más allá de los mismos, más allá del alboroto, el lenguaje del silencio transmite todo el verdadero sentir de un pueblo que, en definitiva, me ha venido a demostrar que materia y espíritu pueden convivir, que técnica y alma pueden convivir, un pueblo que me ha demostrado un civismo y un desarrollo espiritual envidiable, como ejemplo profundo de una esencial sabiduría del espíritu. Me confortan y me motivan estas imágenes que, por desgracia, vienen acompañadas de tanto dolor y sufrimiento humano. Por eso acallo mi voz, por eso apago la luz y asiento mi calma para compartir desde el lenguaje que todo un pueblo habla, el del silencio, con humildad , con sabia aceptación, la desgracia humana de lo ocurrido.
Sencilla, serenamente, gracias, muchas gracias por el ejemplo. En silencio.